A 27 de septiembre de 2011
Aeropuerto. Estrés y cansancio tras una cadena interminable de despedidas, de sentencias, de consejos. De ultimar lo que no es último. Te quiero, mamá. Sensación de irrealidad perpetua desde hace una semana. Papeles, personas, papeles. Hermano, mi hermano, se lleva la marcha el verano. Los tiempos, las horas, los besos. ¡Tu cuerpo, mi vida! Regalos y abrazos anoche, personas amadas. Papeles de nuevo. Maletas. Y el mar. Toma de conciencia una vez en el coche. Sheila sonriente. Sin dramatismos, Sheila. Y sonríe. Y queda su cuadro sobre el parabrisas. Helado, en mi mente. El llanto ya en marcha, como una descarga electrógena, y frío, y temblor. Dolor de cabeza. Expele en minutos el apremio de días. Y llora, llora, llora. En la carretera.
Aeropuerto. Que viene a buscarme muy lento. Jerez-Madrid primero. Llega, factura, espera. Y todo es mi padre. Sin él se disipa mi arrojo, y de él lo sustraigo, aunque ido. Despega el avión primigenio, y abajo, una foto, sin cámara. Es Cádiz, entero, mi sueño, mi esencia, mi solo y precioso cuadrado. Hemos vuelto a buscarte, muchacho, me dicen las cosas bonitas. Despídete aun mejor del lienzo entero de tu vida, de la gente que te quiere. Y sus voces resuenan en mi alma dormida. Pareces sedado. Pues vaya. Han sido estos días muy duros.
Madrid-Katowice, son los nervios macabros. Han crecido mansamente por la tarde, porque huele a instante previo a la partida. La Terminal 1 de Barajas rebosa gente palpitante, con su esencia a flor de piel por alegría, por tristeza y esas mezclas. Pero luego llega al fin la hora fijada, y todos dan el paso bajo el cuadro del escáner, sin pensarlo, y centrados en aquellos formalismos necesarios. Es la seña suficiente para armarse de valor y despedirse finalmente en la distancia, y entonces uno vuelve a la feliz, y aun llorosa, suficiencia.
Sheila, Sheila. Mi lindo cuadrado.
Un par de llamadas escuetas, caramelos y algo de agua para el viaje, todo irremisiblemente caro, y en la cola del avión ya los primeros semblantes polacos, inquietos, que aguardan lo mismo que tú con impaciencia contenida, y regresa la impresión de espacio onírico en el segundo en que te miran de pasada. Con agua y caramelos en la boca. Y nadie te conoce, pero todos necesitan remirarte y comprobar que no están solos, que no son los únicos que dejan mil cosas atrás.
El avión es grande y cómodo a las siete de la tarde madrileña. Sin dramatismos, Sheila, por favor. La última llamada de mi padre en el pasillo. De acuerdo, ya estoy dentro, llamo cuando llegue, a las 11:00 de la noche. Explota modos periodísticos, ponte frío, analiza, salte de momento de tu cuerpo y nunca sientas. Un suspiro, ventanilla, capaz y poderoso avión: si eres un low-cost, por qué me llevas por los cielos con presteza equiparable a la mejor.
El viaje se hace largo, sin embargo. Doy mil cabezadas de un minuto, y siento que deshago las tensiones en mi área del asiento. Si es posible nunca sientas. Y soy frío, imparcial, extradiegético: Y vuelve a impresionarme la osadía del humano cuando alumbran las ciudades de ahí abajo. Europa se desliza mansamente en la penumbra. E Italia ya es opaca. Sé de ella por la radio. Y bendita melodía comercial. Deshace la impresión de la rotura con mi mundo. Lady Gaga, yo te escucho. Llevo a cuestas un extremo del cuadrado de mi vida, o yo soy mismamente ese cuadrado. Y ahora vuelo.
Sin dramatismos, lo promete y continua.
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