EL DRAMA

Allá por el mes de Abril del año 2008 me encontraba leyendo The World Without Us cuando decidí que viajaría a Polonia. Amables hallazgos en el marco de la literatura pseudocientífica norteamericana me llevaron a profundizar en la obra del periodista Alan Weisman, autor del libro en cuestión, que tras muchas y ociosas indagaciones extrajo una almidonada colección de especulaciones sobre qué impacto originaría en la Tierra la desaparición total del hombre. A mí, ni entonces ni ahora me movía ningún tipo de afección catastrofista: muy al contrario, me centré en recopilar fragmentos descriptivos sobre el mundo aun vigente, con un propósito, además, absolutamente concreto. Para elaborar su hipotético futuro, Weisman había recorrido zonas cuya historia implicara un cese repentino en la acción del hombre  –Chernobyl o Hiroshima, por ejemplo–, pero antes, y para mi fortuna, anduvo recopilando utilísimos datos sobre aquellos emplazamientos que, por circunstancias, habían recibido menor incidencia humana desde el principio de los tiempos; esto es, entre otros: el bajo Amazonas, la China profunda, y al fin, el frío noreste de Polonia, la Reserva Natural de Bialowieza. Ajeno a mi incoherente inclinación por la substancia primigenia, por la verde signatura de los bosques insondables, por el ciervo junto al río y la cotorra sobre el árbol milenario, Weisman indagó sobre una base verosímil para el gran mapa introductorio de su libro, y de esta suerte, me brindó una prometedora selección de viajes que empezaría a tomar forma casi cuatro años más tarde, en Cádiz, una vez cayó en mi mano la Guía de Programas de Intercambio Sócrates-Erasmus 2011/12.

Esto último ocurrió sobre la excelsa primavera de este año. Los días de calor se anticipaban a la lógica cordura estudiantil, y en cuestión de dos semanas no quedó un alma en la facultad que no hubiera pedido su beca Erasmus. Filólogos, lingüistas, historiadores…, nadie parecía dispuesto a quedarse en su sitio, y yo, Michael Green, tocando la guitarra en el rincón acostumbrado, lo observaba todo con tal aire displicente que ninguno de mis compañeros hubiera imaginado la locura en que iba a embarcarme tan solo unos meses después.

Sancho y Marcel vinieron a verme entonces, un día, cargados con sendas guías del estudiante:

– Ya hemos entregado las solicitudes.

– ¿Las solicitudes para qué?

– Nos vamos a Alemania, para cuarto, y tú beberías venir con nosotros. Pasaríamos un año del carajo.

Hojeé los cuadernillos, muy atento a los destinos que ofertaban en la UCA: Londres, Austria, Suecia, cruel Finlandia…

– ¿Y qué se me ha perdido a mí en Alemania?

Era muy probable que lo mismo que en Polonia, claro, pero en una de las hojas del librillo, allí estaba, refulgente, anunciándome con saña el verdinegro de los bosques paleolíticos, las huellas de un bisonte casi extinto, los chasquidos del castor, y el aura de una cierva sobre el ígneo resplandor anaranjado. Las lecturas de ese Weisman me envolvieron de repente, como un fuego, y creo que ese instante fue el auténtico motor de la aventura.

Cuatro días después, Michael Green solicitaba una beca Erasmus dentro del Programa de Movilidad para Estudiantes. Me marchaba a Polonia, así, sin más. Y no sabía nada en absoluto sobre ella. 





1 comentario: