28 de Septiembre de 2011 (II)

Su despacho es tan amplio como un aula de colegio y las ventanas filtran rayos plateados sobre él. Me giro, doy las gracias a quien me ha acompañado hasta aquí, y luego cierro la puerta, porque es aquí donde estamos, donde todos debemos estar. Cyrcelia Patroszky al fin. Me recibe con un gesto candoroso y me invita a sentar entre disculpas. Es una mujer tranquila, apacible. Su español suena a regalo, por lo pulcro y lo logrado del acento. Ha pasado toda la mañana llamando a mi móvil, pero había olvidado marcar el prefijo. Me conoce. Amasa la confianza en la caída de sus párpados. En su sonrisa. Hablar por Internet es un inicio, y uno ciertamente se imagina quién está detrás de la pantalla. Además, he dado que hablar en todo el departamento. Los problemas con la residencia, ya se sabe, pero tranquilo, me dice, que lo he resuelto todo.

Serena, sin perder su afabilidad, me explica el problema completo: Desde este año, el departamento de Relaciones Internacionales de la universidad de Silesia ofrece una pequeña ayuda económica a aquellos alumnos que se presten a recibir y acomodar a los Erasmus entrantes. La tal Filomenak Matóz, una estudiante cualquiera de Filología Inglesa –y no una representante de Relaciones Internacionales, como yo creía–, decidió participar de este contrato con objeto de cobrar el beneficio, y de entre todos los Eramus de Silesia que arribaban este curso, le fue asignado Michael Green, osea yo, por lo que quedé de esa manera a su cargo. Mientras tanto, Cyrcelia, que apenas sí tiene contacto con Relaciones Internacionales, dio mi dirección de correo electrónico por su cuenta a tres alumnas interesadas en recibirme, una de ellas Agatha. Ninguna de las tres tuvo nunca idea de la nueva propuesta económica del departamento de R.I. ni de que fueran a cobrar un céntimo. Aceptaron porque sí, por amor a ese otro mundo que está lejos y que ansían conocer de primera mano. 
Establezco mi posición: Mientras Filomenak me escribía en un muy dudoso y sarcástico inglés, Agatha me roció con garantías varias de supervivencia, siempre, siempre, en español. No me importaba quién se ocupara de mí una vez en el pueblo –una vez asentado en Sosnowiec lo mismo hubiera dado una que otra–, pero la recogida a las 23:30 en el Aeropuerto de Pyrzowice, el destino del avión, era algo de crucial importancia para mí. Filomenak no daba opción a ello, prefiriendo recogerme en Katowice y obligándome así a viajar en autobús con todo mi equipaje y de  noche. Agatha, sin embargo, lo refirió desde el primer instante y sin que yo llegara a mencionarlo. Ante este hecho, claro, preferí que fuera Agatha la encargada de recogerme –sólo de recogerme, aunque luego se desentendiese–, así que escribí un par de correos a Filomenak explicando la situación y declarando mis preferencias. Nunca lo noté, pero el caso es que ella se molestó bastante, según Cyrcelia, tal vez porque imaginó que con ello se ponía en tela de juicio su derecho a la remuneración. Así, en un ataque de frenética ira, canceló los trámites que permitirían mi alojamiento y delegó en Agatha esa función, pero sin hablar en absoluto con ella. Como he referido en la entrada anterior, Agatha no tenía ni idea al respecto, así que, en consecuencia, el personal de la Residencia jamás tuvo noticia previa de mi existencia, y por eso el drama de anoche.

Mi coordinadora es un suspiro, sin perder la amenidad, aunque ahora sí levanta una ceja dando a entender su opinión sobre Filomenak. Yo nunca he cobrado nada por ayudar a ningún Erasmus, suelta, no sé de dónde se han sacado tal cosa los de Relaciones Internacionales... De cualquier forma, pienso, como organismo supeditado a la institución universitaria, este departamento estaría en la obligación de extender a los coordinadores académicos la resolución total de sus decisiones. Que ayer estuviera a punto de dormir bajo un árbol fue resultado de una simple falta de comunicación entre ambos, y la acogida de estudiantes Erasmus debería fundamentarse en el interés por el intercambio cultural en sí mismo, no en la emisión de apetitosas ofertas de trabajo para los más avispados. A mí, claro, esto me sirve para intuir de qué pie cojea alguna gente por aquí, y me ayuda a prevenir futuras tretas. No obstante, dice ella, el problema está resuelto, mi reserva formalizada, así que cuando vuelva a la residencia podré ocupar una habitación de estudiante normal, y no ese cuchitril lleno de bichos.

Una vez en esto, ¿qué hay del resto? La esperada reunión dura bien poco. Cyrcelia me refiere con tesón sus competencias, que son exclusivamente académicas, y me insta a quedar con Agatha –que se constituye desde hoy como mi Buddy*– para elegir las asignaturas. Yo le digo que me gustaría estar en clase con Cynthia, la otra Erasmus española de Filología Hispánica, y que trataré de coincidir en horarios y asignaturas. Ella se vuelve hacia el ordenador y me enseña brevemente la página de la facultad. Después hace un par de comentarios sobre fiestas y demás, y vemos unas fotos de alegres niños disfrazados. Por último me facilita su horario de tutoría, jueves y viernes de 8:00 a 9:30. Y señala la puerta del despacho.

Entonces, como si todo estuviera programado, alguien llama. Cyrcelia responde con gracia: Tac!, y entra en escena una mujer de treinta y muchos, morena, atractiva y jovial. Esta es Magda, del departamento de Filología Inglesa. Ella se encargará de enseñarte la universidad y los alrededores…, en inglés. Mi cara es un poema de cansancio, pero sonrío con fruición involuntaria. Qué sencillo es disfrutar cuando las cosas tienen cara de mujer, aunque no entiendas un comino lo que entrañan en su seno. Magda es solo encanto, un edén en el averno de mis dudas. Me lleva por pasillos, escaleras y despachos, y tras ella me deslizo como un niño, poco atento, disfrutando simplemente de su amena compañía y su ademán encantador. Recorremos líneas rectas y torcemos las esquinas, mil esquinas, diferentes entre sí por el color. Ésta es la zona de Inglesa, ¿ves?: Red. Y esta otra la de Hispánica: Yellow. Desde luego, un consuelo en este inmenso laberinto: Los colores. Una guía imprescindible en el contexto rebuscado, y otra guía que pregunta de repente sobre el Yellow, el Red y el Blue en español. Nunca lo ha estudiado, ¡pero suena tan bonito…! Es despierta y espontánea. Muy curiosa. Tiene la mirada de una niña desenvuelta, y al entrar en su despacho se disculpa del desorden con un deje adolescente que cautiva hasta lo absurdo. En un momento, veloz, como si no fuera ese el motivo real de nuestra reunión, me muestra la página de la facultad y luego algunos datos útiles sobre el transporte. Suficientes formalismos por hoy, ejem. Conéctate a Internet si quieres, dice, y entonces me cede su Asiento Real. A mí me descoloca el hecho en sí mismo: ¡No, no! No quiero entretenerte más de lo debido. Ella frunce el ceño y se acomoda en una silla más pequeña: Deja, deja, yo tengo que practicar el nombre de los colores en español.

Llevo doce horas aquí y ya empiezo a comprender que, en Polonia, ser mujer y maravillosa debe ir casi ligado. No es una componenda zalamera de esta chica, no. Es, sencillamente, ser así. Saber que todo fluye. Que no hay nada que revista verdadera gravedad. Y mientras ella se afana en escribir Amarillo, Azul, Rojo o Verde con fruición de colegiala, yo aprovecho para enviar un mensaje amoroso a Sheila y actualizarme en las redes sociales y el correo. Tanto que contar en tan poco tiempo… Necesitaré Internet en la Residencia, pienso. ¿Ammmariiiilio…? ¡LLO!, LL. En español, LL se pronuncia así. Ella me ofrece una especie de castaña recubierta de chocolate. No esperaba la castaña, claro, y el sabor me desagrada, pero todo lo trago con satisfacción categórica desde esta mañana. El largo rato en su despacho, su actitud, su veleidad, terminan por sacarme de la trama terrorífica de anoche, y aunque próximo a la sorpresa, como siempre, ya soy otro, ya soy yo.

Magda y Michael, en perfecta coalición emocional, un inquieto terremoto de interés, sí, pero interés al fin y al cabo. Meter baza incluso en temas de lo más intrascendente, luego salir al pasillo, dirigirse a Secretaría. Un cantón dividido en varias dependencias. En la primera, un grupo de becarias observa al chico extranjero. Todas de Filología Francesa, así que no hay conversación. Ni nada que objetar. Carajo, aun no he visto un sólo hombre en la toda la facultad.

Luego la calle: El cielo. Los árboles. También la podredumbre, pero ahora junto a Magda: It´s a beautiful day! Camina. Los árboles son verdes de verdad, árboles de frío por doquier, el cielo azul y seco brilla como un mar compacto. Pregunta, entre titubeos de aire, si en Cádiz hay mar. ¡El Atlántico en toda su magnificencia! Se emociona. Yesterday I went to the beach!! Oh…! Mostrarme lo más básico, lo esencial dentro de lo esencial. Tienda sí, tienda no, quizá quieres comprar, ferretería, droguería, pastelería, floristería. ¡No, no todavía! Allí un supermercado. Lo imprescindible. Now I´m going to show you the swimming pool. Acabáramos. Cruzar la carretera hacia los árboles, tranvía ceniciento: detienes tu ruidosa singladura en los suburbios. ¿Corremos, no corremos? Hablamos. Hablamos sobre todo lo pensable, y lo que no se desintegra entre las hojas amarillas, que ya empiezan a caerse. This is the pool. Al otro lado de la calle, de camino a mi Residencia. Yes, I want…to… swim this year. Dónde está tu residencia. ¡Ahí! ¡Vamos hacia ella! Camina, camina, habla. Enclaustrada en la avenida proletaria…



This is the Church. I can see! Ha ha ha! ¿Eres religioso? No… but I… I think… creo que… God…  y arde el gesto de impotencia entre mis manos: no sé explicar en inglés lo que pienso en español. So…, so…, so… ¡tan inmenso mi interior y aquí encerrado! Las palabras de mi vida ya no sirven. Puedo aparentar ser un iluso. ¿No lo soy? Queda ahí la cosa, un silencio incómodo, la calle: I´m sorry… No, no! Don´t worry! Bit by bit, como todo lo correcto en esta vida. Lo importante es más profundo que una simple reflexión, está en el fondo de los ojos, reservado a quien los mire. Y bueno, ella ya lo hizo en el despacho de Cyrcelia. Y acertó:
Ven. Es un curioso restaurante.



Una casa en realidad, como un museo de reliquias del 50. Muebles y paredes que recuerdan a señoras con encaje, cientos de figuras, porcelana, cuadros sugerentes, fotografías en blanco y negro, ¡un piano! La vida vintage en el último rincón de Sosnowiec. Y en él, nosotros. Magda delante. Ella conoce a las dueñas, que surgen de detrás de una cortina del ala derecha. Dos señoras de unos cincuenta y tantos, felices a juzgar por sus anchas sonrisas. Hablan. Hay frente a la barra un caballete, una mesa repleta de botes de pintura goteante, una paleta, pinceles de todos los tamaños y una docena de lienzos esperando ser colgados –vaya, los pintan ellas–; y en este tenor artístico, sus labios vocalizan en polaco sin dar tiempo a respirar. Bajo la luz blanca de la estancia me hago más pequeño si cabe, pero crezco de repente, porque una de ellas habla inglés. Hablan sobre mí. Sobre quién soy. Qué demonios hago aquí. It´s a beautiful place. Thanks! You have a piano. Oh, yes, yes, but… follow me. Sigo a la guapa señora a través de varias salas, cada una con su propia idiosincrasia. El elevado número de sillas –coquetamente dispuestas alrededor de mesas con manteles bordados– es lo único que identifica la estancia con un restaurante. Los cuadros, las estanterías llenas de libros, la música clásica en la radio, allí un ordenador con Internet, la chimenea…, más parece la morada de una abuela postmoderna. Look, boy. Y en el último habitáculo, una amplia habitación empapelada y con ventanas hacia el huerto, luce otro piano, esta vez de los modernos y con sal de ser tocado. 



Me lo enciende sin pensar. Ni siquiera sabe si tengo idea o no, si he visto un piano en mi vida, pero las cosas se suceden suavemente, como dichas y hechas sin motivo contundente. Todo fluye, y yo, toco. Tímidamente. Sólo un par de acordes. No sé hacerlo de otro modo, nadie sabe. Es el último rincón de Sosnowiec. La dueña de la estancia se retira. El peso de la vida ya vivida se evapora. Todo nuevo. Ignorado. Estoy solo frente al mundo, en Polonia, las cortinas cobran vida, y es la única que vibra, aunque alguien se estremezca a mis espaldas. Magda en un dulce silencio, escucha, hace un gesto de aquiescencia, luce guapa.

De vuelta a la cocina, ya sé de mi papel en esta historia. Soy la magia tan común de mi existencia, a la sazón ya conocida, pero ahora sorprendente por exótica. Despierto el interés de cada esquina y cuando hablo todas ellas se congelan: In Spain I have a keyboard, and… and… ¡and…! ¡Aquí acusaré su falta! 

Lo dicho. Es el fondo de los ojos: If you want to play, come, come* here every day


     
*Buddy (amigo): alumno universitario al que se asigna un Erasmus entrante. Su función es facilitar al recién llegado los trámites burocráticos propios de su país. 


*Y qué importa esta vez el idioma. Claro que comeré.




2 comentarios:

  1. Y yo me he sentado a almorzar en esa misma silla, he oído el sonar de ese mismo piano, he asomado la cabeza a esa misma cocina-taller...

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